Un laboratorio marino a 2.662 metros de altitud y a 200 km del mar
Las condiciones de vida de animales marinos se replican en un entorno controlado, en la UIDE. El objetivo es ampliar la red de investigadores.

El agua de los acuarios replica la temperatura y las condiciones químicas del agua del mar. También en este laboratorio se reproduce la luminosidad que reciben en estado natural los animales marinos como corales y peces a lo largo del día.
Se observan complejos sistemas de filtros y motores que replican incluso las corrientes frías a las que están expuestos en el océano. Así, se pueden medir aspectos como el comportamiento, el consumo de alimento, el crecimiento o la interacción con otros organismos.
Estos resultados se anotan, por ahora, en hojas de Excel, pero la idea, mientras avanzan los proyectos, es desarrollar sistemas más sofisticados para registrar los hallazgos, e incluso crear un espacio de colaboración como INaturalist.
¿Por qué se decidió construir este laboratorio de ecología marina y ciencias acuícolas -llamado Acquolab- en Quito? Quien enumera las razones es Matteo Espinoza Cardellino, técnico de laboratorio, investigador y docente de la Universidad Internacional del Ecuador (UIDE).
Construir un laboratorio marino a esta altura, si bien a primera vista parece no tener mucha lógica, realmente tiene mucho sentido. Principalmente uno de los problemas de hacerlo en la Costa es la temperatura, explica.
“Enfriar el agua es más complejo y costoso que calentarla, y si tuviéramos un laboratorio en la Costa no podríamos simular las corrientes frías”. Y si se hicieran estudios directamente en el mar, habría factores como pájaros, algas o peces -como el loro, que come corales- que impedirían un entorno controlado.
Otra de las razones -dice- es la practicidad: aquí tenemos acceso a muchos insumos que no se encuentran junto al mar. Y acceso a la academia, pues casi todos los museos de historia natural están en Quito, igual que la mayoría de científicos que estudian estas materias.

Un proyecto naciente
El 7 de julio de 2025 se cumplió un año del inicio del proyecto desde cero: adecuar el piso de lo que eran bodegas, poner las curvas sanitarias y los techos de PVC. Todo se hizo bajo un régimen estricto para que se pueda acreditar como laboratorio internacional, explica Espinoza.
Recuerda que cumplir las normas de bioseguridad e importar e instalar los equipos tomó su tiempo. Y también obtener los permisos, en especial el de funcionamiento como laboratorio, en los ministerios de Ambiente y de Acuicultura y Pesca.
“Empezamos a traer los primeros ejemplares de prueba hace cuatro meses. Por el momento los estamos adaptando. No se puede experimentar directamente, tienen que adaptarse, estar tranquilos, sanos, para poder empezar a hacer las pruebas”, señala.
Cuenta que el proyecto ganó fondos externos concursables y que el canciller de la UIDE, Nicolás Fernández, "un entusiasta de las ciencias naturales, de la ecología, de la conservación y de los temas marinos, nos dijo: les damos el espacio, les abrimos las puertas”.
Concluye que uno de los aspectos que más han beneficiado al laboratorio es que no es solo para la UIDE sino para cualquier investigador, de universidades locales y de otros países. “Lo que ha beneficiado justamente son esos enlaces, esa conexión, esa unión”.
“La investigación tiene que ser una red de investigadores multidisciplinaria: médicos, veterinarios, biólogos, taxónomos, ecólogos. Tiene que ser abierta para que los resultados sean grandes. Se ha creado una red fuerte”.

Las investigaciones internas
Casadentro, el laboratorio ha llamado la atención de Manuel Baldeón, un médico especializado en el sistema inmune y la nutrición, quien está interesado en el desarrollo del pez cebra. “Es el primer animal vivo que se ha reproducido en el espacio”, dice Espinoza.
También están interesados en importar genes de medusas, ya que en Ecuador está prohibida la manipulación genética. Así se contaría con una especie que permite hacer estudios sobre enfermedades crónicas hereditarias en corto tiempo.
La razón es que desovan cada quince días entre 50 y 70 huevos, en los cuales se pueden hacer las pruebas. Eclosionan a las 36 horas y en la larva ya se puede ver la expresión genética que se busca, porque la segunda generación va a brillar, explica.
También se está desarrollando desde la Facultad de Veterinaria una tesis sobre dieta para corales. En Ecuador, la comida para los corales se importa y es muy costosa. Ahí es donde Espinoza ve una oportunidad con productos locales que se exportan, con procesos de liofilización.
Matteo Espinosa estudió veterinaria y tiene una maestría en acuicultura. Durante ocho años ha estado involucrado en proyectos sobre reptiles, anfibios y peces. Es fundador de Ecuacorals.
