Eriberto Gualinga protege la selva y sus memorias con sus documentales
Por Cristina Márquez
El sonido del torrente del río Bobonaza y las risas de los niños jugando se escuchan de fondo en la entrevista con Eriberto Gualinga, el cineasta indígena galardonado por sus documentales que muestran la amenazada vida en la selva.
Gualinga vive en una casa tradicional amazónica en su natal Sarayaku. Como todas las demás edificaciones de esa parroquia de Pastaza, su vivienda no tiene paredes, está recubierta de hojas de palma tejidas y tiene cimientos de madera.
Allí, acompañado de un cuenco con guayusa caliente, Eriberto ha pensado y planificado cada narrativa y secuencia de las historias que ha contado en 13 producciones audiovisuales -siete largometrajes y seis cortos-.
Todos sus trabajos tienen algo en común: buscan conservar la memoria colectiva para que las nuevas generaciones continúen con las tradiciones de su pueblo y hacer un llamado al mundo a proteger la Amazonía y el estilo de vida de los pueblos originarios.
Su amor por las historias lo convirtió en cineasta
Eriberto miró por el lente de una cámara por primera vez a los 18 años, cuando tuvo la oportunidad de participar en un taller de la Asociación de Cine del Ecuador.
Él dice que siempre le gustaron las historias. Creció escuchando de las voces de los mayores las leyendas, los cuentos y las luchas de su pueblo. Cuando descubrió que podía contarlas en películas se enamoró del cine.
El sueño de su vida es producir un largometraje de ficción que recree algunas de las leyendas más apasionantes de la selva amazónica, pero los constantes peligros que amenazan la supervivencia de su pueblo lo obligan a ser un documentalista.
‘Soy defensor de la Selva’: 20 años recorriendo el mundo
Su primer documental, Soy Defensor de la Selva, muestra el conflicto que surgió en el 2002 con la llegada de la petrolera argentina CGC al territorio de Sarayaku. Eriberto grabó, con una vieja cámara casera que funcionaba con pilas AA, los enfrentamientos de la gente con los militares enviados por el Gobierno de Lucio Gutiérrez para defender la operación extractiva de la petrolera.
En las imágenes se ve como los militares impiden el paso de las mujeres que navegan con sus hijos por el río, se escuchan los discursos de los líderes comunitarios que se intercalan con imágenes de la basura abandonada y la contaminación que estaba causando la petrolera.
Eriberto siguió la lucha de su pueblo contra CGC, los militares y el Goberno durante seis meses, hasta que su cámara dejó de funcionar. “Teníamos que publicar rápido lo que estaba pasando porque necesitábamos ayuda urgente, querían militarizar nuestro territorio“, recuerda Gualinga.
Patricia Gualinga, activista y lideresa de los pueblos originarios, dice que con su documental Eriberto logró evitar que el Gobierno enviara un enorme contingente militar hasta Sarayaku. “Cuando el documental se publicó, la gente empezó a enterarse de lo que estaba pasando en nuestra tierra. Organizaciones internacionales también lo vieron y el caso de Sarayaku al fin tenía interés mediático”, cuenta Gualinga.
El documental está por cumplir 20 años y sigue siendo proyectado en festivales de cine de Latinoamérica, Europa, e incluso llegó a África.
La resistencia de Sarayaku, un referente de la lucha por la naturaleza
La protagonista de todos los documentales de Gualinga es Sarayaku. En sus filmes, Eriberto muestra cómo se vive en esa parroquia ubicada en el corazón de la selva de Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana.
Los habitantes de ese pueblo son la nacionalidad Kichwa Amazónica y son los herederos de 135 000 hectáreas de selva. Allí la gente subsiste de la cacería, la pesca y la agricultura familiar. Ellos no tienen carreteras, la única forma de llegar es en avioneta o en canoa.
La historia del pueblo está llena de relatos de luchas y guerras. Antaño, las luchas eran tribales y hoy son contra el extractivismo, el cambio de filosofía de los jóvenes y la modernidad, que podría acabar con sus tradiciones.
“Los chamanes ya nos dijeron en el pasado que Sarayaku sería el último pueblo kichwa amazónico en desaparecer, por eso nos aferramos a nuestro modo de vida y nos preocupamos tanto por transmitir a los jóvenes lo que nos enseñaron los abuelos”, dice Eriberto.
Para él, la comunicación es una forma de sobrevivir y sus documentales son una forma de resistencia. Así podrá mostrar a sus hijos pequeños y a las nuevas generaciones la sabiduría de los ancianos, que no podrán conocer porque sus voces se apagan con el paso del tiempo.
Nuevos documentales con más historias
A sus 40 años, Eriberto Gualinga es uno de los cineastas ecuatorianos más reconocidos. Uno de sus trabajos, el documental Descendientes del Jaguar, obtuvo en el 2013, el premio al mejor documental en el festival de cine de National Geographic y el premio a la mejor muestra de lucha en el festival de Colombia.
Su último trabajo, Helena de Sarayaku, muestra a una joven que regresa a su comunidad tras años de estudios en el extranjero. Ella aprende de sus abuelos y padres la historia y tradiciones de su pueblo.
Helena es una activista por los derechos de la naturaleza y se convierte en la voz del Kawsak Sacha, la filosofía indígena que busca el reconocimiento de la Selva como ser viviente y sujeto de derechos.
Este año, entre junio y julio, Eriberto estrenará su nuevo documental La Ruta de la Sal, que recrea el mítico viaje que hacían los pueblos originarios de la Amazonía, para conseguir sal en las minas del río Huallaga, en Perú.
Los navegantes recorrían el río Bobonaza, el río Pastaza y luego el río Marañón hasta llegar al río Huallaga, en la región San Martín, para conseguir sal en las minas. El viaje duraba seis meses, se hacía cada verano y estaba plagado de aventuras.
El filme expone las raíces de las leyendas que los ancianos les cuentan a los niños sobre la vez que una gran flota de expedicionarios de Sarayaku viajó en medio de la guerra y se quedó atrapada en el Perú.
El equipo de filmación encontró en Huallaga ancianos que aún recordaban la llegada de la gente de Sarayaku e incluso descendientes de esos expedicionarios que no retornaron.