La Reserva de Biósfera del Chocó Andino cumple cuatro años con retos pendientes
Por: Isabel Alarcón
Las cámaras ubicadas a lo largo de las 1 600 hectáreas de terreno de René Lima han capturado imágenes de tigrillos, pumas, osos y venados. En esta área, que se encuentra a solo 30 minutos de Quito, se han encontrado también más de 200 especies de orquídeas y 180 variedades de aves.
Su extensión abarca apenas el 0,5% de la Reserva de Biósfera del Chocó Andino, lo que da una idea de la cantidad de plantas y animales que se encuentran en toda esta área. A lo largo de las casi 287 000 hectáreas que se extienden desde San Antonio de Pichincha a Pedro Vicente Maldonado, hay más de 200 especies de mamíferos, 700 variedades de aves y 366 sitios arqueológicos.
Estas son algunas de las características por las que el Chocó Andino fue declarado Reserva de Biósfera de la Unesco en julio de 2018. Ahora, cuatro años más tarde, la comunidad continúa luchando para proteger este territorio de sus amenazas, definir una estructura de gobernanza y potenciar sus actividades económicas basadas en la conservación.
Lima, quien hace más de 40 años se dedicaba al aprovechamiento de la madera, cuenta que la declaratoria de Reserva de Biósfera ha contribuido a visibilizar las iniciativas de turismo y producción sostenible que se desarrollan en el Chocó. Este poblador de Nono y su familia dejaron de lado la tala para establecer la Reserva Pahuma.
Turismo sustentable
Ahora promueven las caminatas, el senderismo, las visitas a las cascadas, camping y turismo investigativo. También trabaja como asistente de campo en el monitoreo del oso andino, es guía nativo e inspector honorífico. “La conservación implica menos inversión y brinda más beneficios para la familia”, dice Luna.
Según datos de la Mancomunidad del Chocó Andino, más de 220 negocios están dedicados al turismo en la zona. Teolinda Calle Barreto, habitante del bosque nublado del Chocó Andino y coordinadora de la mesa de Conservación y Patrimonio Natural y Cultural de la Reserva de Biósfera, explica que poco a poco la matriz productiva de esta zona ha cambiado.
Las personas que hace tres décadas se dedicaban a la venta de madera o a las actividades extractivas como medio de vida se han convertido en defensores de la conservación, guías turísticos o han creado sus reservas privadas.
También se promueve la ganadería responsable, el cultivo de café sostenible, el cacao fino de aroma y la panela orgánica que se exporta a Europa. “Se puede vivir en el bosque, del bosque y sin dañar el bosque”, dice Calle, quien hace 20 años se mudó al Chocó Andino para vincularse a sus dinámicas de conservación.
Para Inty Arcos, biólogo y coordinador Técnico de la Mancomunidad del Chocó Andino, la declaratoria de Reserva de Biósfera permite que más personas se vinculen con lo que está ocurriendo en este territorio “que históricamente ha sido abandonado” y reconozcan la importancia no solo de las especies, sino de las formas de producción de la comunidad y su relación con la naturaleza.
La comunidad es el motor del Chocó Andino
“Es la comunidad la que ha movido todo el proceso en el Chocó Andino y es su principal motor”, dice Calle. Los procesos enfocados en la conservación y el desarrollo sostenible se iniciaron hace más de 20 años en esta zona.
Este trabajo ha permitido que actualmente existan cinco Áreas de Conservación y Uso Sustentable, más de 20 reservas privadas, dos áreas en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, nueve bosques protectores y tres áreas de importancia mundial para las aves.
Además, la zona fue declarada en 2016 como Bosque Modelo. Con este antecedente, recuerda Calles, solicitaron la declaratoria a la Unesco. En el año 2017, la comunidad, con el apoyo de la Prefectura de Pichincha y el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica, presentó el expediente y en 2018 obtuvo la respuesta.
Las 11 parroquias que pertenecen a los cantones de San Miguel de Los Bancos, Pedro Vicente Maldonado y Quito se convirtieron en parte de la séptima Reserva de Biósfera en Ecuador.
Para Calle, el trabajo ha sido reconocido internacionalmente, pero no ha ocurrido lo mismo en el país. Las personas aún desconocen lo que significa esta categoría, sus procesos y sus necesidades. Inty Arcos también espera que exista más apoyo desde las autoridades, ya que la comunidad es la que se ha organizado para coordinar las dinámicas de esta reserva.
Las amenazas no han disminuido con la declaratoria
El terreno de René Lima es un reflejo de una de las principales problemáticas de la zona: es conocido por su biodiversidad, pero más del 50% se encuentra en una concesión minera.
A pesar de estar en la zona núcleo de la Reserva de Biósfera del Chocó Andino, no está protegido de las actividades extractivas. Incluso, cuenta, trató de aplicar para que su predio ingrese al Sistema Nacional de Áreas Protegidas, como reserva privada, pero no pudo hacerlo, ya que en el mapa se puede ver que está dentro de la concesión.
Walter Bustos, coordinador del Comité de Gestión de la Biósfera del Chocó Andino, explica que esta zona ya vivió un impacto en el pasado por la industria maderera y ahora se está regenerando gracias al esfuerzo de la comunidad.
Sin embargo, le preocupan las 12 concesiones mineras que se encuentran en la zona porque esta actividad podría afectar el bienestar y funciones de los ecosistemas. “Es un espacio que genera muchos recursos económicos a través de los servicios ambientales que se generan en el bosque”, dice. Además, captura hasta 250 toneladas de carbono, lo que ayuda a limpiar el aire de Quito.
Otras amenazas son la expansión urbana, la contaminación del agua y la extracción maderera. Inty Arcos considera que algunas incluso han aumentado. Entre estas se encuentran las hidroeléctricas, la cacería y la pesca ilegal, que es uno de los impactos más fuertes.
La Reserva de Biósfera aún tiene retos pendientes
La definición de una estructura de gobernanza y la conformación del Comité de Gestión son algunas de las prioridades de quienes habitan en la reserva.
Teolinda Calle explica que el comité está compuesto por representantes de la sociedad civil, el MAATE, Prefectura de Pichincha, los tres municipios y las juntas parroquiales del Chocó. Desde este espacio, que se formó en el 2021, se busca gestionar las acciones en función de objetivos concretos.
Por ejemplo, sin recursos y con trabajo voluntario, realizaron gestiones para que la Secretaría de Cultura del Municipio de Quito y la Dirección de Cultura de la Prefectura se comprometieran a financiar y ejecutar un plan de cultura para el Chocó Andino.
Calle dice que el problema es la falta de políticas públicas para definir las dinámicas de esta figura de conservación. En el caso de las áreas protegidas hay lineamientos específicos, pero en el caso de las reservas de biósfera no existe un presupuesto o política definida. “No tenemos normas claras o reglas específicas y tenemos que construirlas poco a poco”, explica.
Para Walter Bustos, es necesario consolidar el proceso de planificación para que todos los Gobiernos Autónomos Descentralizados y Juntas Parroquiales adapten sus planes territoriales y locales al plan de la biósfera.
También coincide en que se deben fortalecer las estructuras de gobernanza, tener claros los mecanismos de participación ciudadana y definir la lógica territorial. Esta última va a depender del pedido de consulta popular en torno a la minería en Quito.
Los siguientes pasos que se lleven a cabo van a determinar los mecanismos de sostenibilidad financiera para que quienes habitan en el Chocó y sus alrededores puedan vivir de los servicios ecosistémicos y ambientales que se producen en este territorio considerado un ‘hot spot’ de biodiversidad del mundo.