El cambio climático agrava la desnutrición crónica infantil en Ecuador
Por Cristina Márquez
Ana Cutiupala notó que el ciclo productivo de algunos productos de su chacra se alargó.
Los tubérculos y verduras que hasta hace cuatro años se cosechaban en siete meses hoy se cosechan entre cinco y seis semanas después de lo esperado. “Eso si las heladas no dañan totalmente la cosecha”, cuenta Ana, quien es madre de dos niños pequeños y de una adolescente.
Para los científicos de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (Espoch), quienes forman parte de un grupo de investigación que estudia la desnutrición crónica infantil, esos cambios en los ciclos productivos, en las temperaturas y en la distribución del agua son efectos del cambio climático.
“El cambio climático ya tiene consecuencias visibles en Ecuador y es una de las causales de la desnutrición crónica infantil que afecta con fuerza al país y, especialmente, a las provincias de la Sierra Centro”, dijo Patricia Herrera, académica de la carrera de Nutrición y Dietética de la Espoch.
Sequías, heladas y lluvias fuertes afectan la producción agrícola y la economía familiar
Las sequías prolongadas, heladas y lluvias fuertes caracterizaron al 2022. Según el Instituto Nacional de Hidrología y Meteorología (Inamhi), los cambios bruscos de temperatura, que se observaron también en el primer trimestre del 2023, se deben a la influencia del Fenómeno de la Niña y al cambio climático.
El clima mermó la producción florícola y afectó a las plantaciones de maíz, fresa, mora y hortalizas en la región interandina. En el Litoral, en cambio, el sector más afectado fue el maicero. Las fuertes lluvias causaron la proliferación de un hongo que dañó las mazorcas y redujo la producción en 30%.
En las provincias de la Sierra Centro, donde la principal actividad económica es la agricultura y la ganadería, los efectos las lluvias y heladas ocasionaron, el año pasado, pérdidas económicas. Por ejemplo, en Tungurahua se perdió cerca del 50% de la producción de mora y fresas.
“Nosotros necesitamos nuestra cosecha para comer. Cuando la cosecha se demora o sale mala nos toca pedir plata prestada para volver a sembrar, eso pasó en agosto del año pasado y estamos rezando para no vuelva a pasar este año”, dice Cutiupala.
Ella y su familia viven en Calpiloma, una comunidad rural de Riobamba. Allí viven unas 130 familias y todas subsisten de la siembra de papas, maíz y verduras de ciclo corto como col, lechuga, zanahoria y mellocos.
Herrera explica que de la realidad económica de las familias agricultoras depende la dieta diaria familiar. Cuando el dinero es escaso en los hogares faltan las proteínas animales que son necesarias para el crecimiento de los niños.
La desertificación, otra consecuencia del calentamiento global que incide en la DCI
El agua es escasa en cantones como Guamote y Alausí, al sur de Chimborazo, donde se calcula que uno de cada dos niños está desnutrido.
En parroquias como Palmira, Tixán y Guasuntos, quedan pocos adultos. La mayoría migró al extranjero o a otras ciudades para conseguir trabajo debido a que la agricultura ya no es rentable.
Allí prosperan pocos cultivos debido a la falta de riego y de agua potable. Luis Tenemaza, dirigente comunitario de Pull San Juan cuenta que su comunidad, situada cerca del desierto de Palmira, alberga familias que viven en la pobreza extrema.
“Tenemos agua entubada que proviene de los páramos, en la parte alta de Guamote, pero no siempre llega. A veces, en el verano, es escasa y a veces hasta se seca totalmente. Otras veces llega sucia por los derrumbes”, cuenta Tenemaza.
Él dice que ha pedido ayuda en el Municipio de Guamote, pero no hay suficientes personas en su comunidad para justificar la inversión en una obra pública para dotarles de los servicios básicos. Ocurre lo mismo con cerca del 70% de la población de ese cantón, que vive fuera de la cabecera cantonal.
La mala calidad del agua
“La mala calidad del agua que consumen los niños que carecen de ese servicio básico causa frecuentemente parasitosis agudas y enfermedades diarreicas, que agravan el estado nutricional en el que ya se encuentran”, dice María José Montalvo, nutricionista del Centro de Salud de Guamote.
Carlos Bonilla, experto ambiental, sostiene que hay vestigios de que el desierto de Palmira fue en el pasado un bosque andino que se degradó y erosionó por la siembra de especies madereras introducidas y por otros factores naturales.
“La desertificación en esa zona se aceleró en la última década. La falta de agua es uno de los efectos más visibles del cambio climático”, afirma Bonilla.
Academia, organizaciones públicas y no gubernamentales, apoyan
Patricia Herrera y otros académicos de la Espoch ejecutarán en los próximos meses un proyecto integral para prevenir la desnutrición crónica infantil, financiado con fondos ítalo-ecuatorianos.
El proyecto, que busca garantizar el acceso a los alimentos nutritivos, desarrollar hábitos positivos y distribuir un suplemento alimenticio formulado por estudiantes y docentes, es una de las iniciativas que se ejecutan en Chimborazo, Bolívar y Tungurahua, para evitar más niños afectados por la desnutrición.
“No es tanto el problema de talla baja y peso bajo el que nos preocupa, sino el aspecto cognitivo. Los niños que no han sido alimentados adecuadamente no logran desarrollar su inteligencia y su capacidad de aprender”, sostiene Herrera.
En Chimborazo también se integró la mesa SOS Chimborazo, integrada por 33 organizaciones vinculadas a la prevención de la desnutrición en esa provincia.
“El cambio climático modificó el modo de vida de las personas de muchas maneras, está estrechamente vinculado a la desnutrición infantil y si un plan efectivo de acción para mitigar sus efectos, Chimborazo está condenada a quedarse sin alimentos en 20 años”, señala la investigadora.
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