Las aves de la Amazonía están encogiéndose para adaptarse al colapso climático
Al menos 77 especies muestran cambios, como consecuencia del calentamiento global causado por la acción humana

Por Jaqueline Sordi (texto), Luciano Candisani (fotos), Hadna Abreu (ilustraciones)
Algo brutal está ocurriendo en las profundidades de la Selva Amazónica. En la húmeda y densa vegetación primaria, donde el tiempo se desliza suavemente por las copas de árboles centenarios y los sonidos de la Naturaleza parecen nunca haber sido tocados por el hombre, miles de aves se están encogiendo. La figura de al menos 77 especies, año tras año, va cambiando. Mientras el torso disminuye, las alas se alargan, como si se estuvieran preparando para volar rumbo a un futuro cada vez más lejano.
Una fuerza externa, invisible e incomprensible a ojos de estos seres, les invade el cuerpo y puede que les esté dejando marcas definitivas en los genes. Una fuerza más rápida e intensa que la que los había ido moldeando lenta y suavemente a lo largo del tiempo. Pronto, esta nueva fuerza quizás también altere la melodía de sus cantos, desorientándolos.
Al final, puede hacerlos desaparecer, uno a uno. Sin que tengan oportunidad de defenderse. Esta fuerza se llama colapso climático. La provocan una minoría de humanos, accionistas superricos de grandes corporaciones transnacionales, élites extractivistas locales, parlamentos y gobiernos a su servicio.
Si pudiera, el solitario Trepatroncos pico de cuña, que ya vive en un pedacito de este futuro sombrío, enviaría una advertencia a todos los rincones de la Selva. Cada viento que no sopla, cada lluvia que no cae, diría, es un aviso de que el planeta se está calentando de forma descontrolada. Cada pequeño aumento de temperatura, advertiría, es capaz de imprimir marcas definitivas en todos nosotros, seres de la Selva. Mutándonos. Eliminándonos.
El despertar colectivo
Los primeros rayos de sol aún intentan penetrar por entre las densas copas de los árboles cuando la orquesta de la Selva empieza a afinar sus voces. Entre el chirrido nocturno de las Cigarras y los Grillos, el pequeñito Batará cinéreo, al que le encanta reposar sus alas gris azulado en los arbustos, abre los ojos y marca el tono con un canto que es en parte orden y en parte aviso: es hora de despertarse.
Comienza un nuevo día en la Amazonia y, en pocos minutos, toda la Selva se despierta. Por todos los lados, los colores de las alas y las diferentes melodías se extienden por el horizonte. Los Trepatroncos pico de cuña, aves de plumaje pardo, canto suaves y ojos negros, no pierden el tiempo. Son de los primeros en responder a la llamada. Se preparan y esperan al resto de la bandada para enfrentarse a los desafíos y placeres de otro día en la Selva.
En esa región de vegetación primaria, alejada de la civilización, a unos 70 kilómetros al norte de Manaos, los Trepatroncos y los Batarás cinéreos no viven solos. Son aves de bandadas mixtas, grupos de distintas especies que se reúnen a primera hora de la mañana, formando un corredor de vida único que colorea y cubre el verde paisaje. Adoptaron este comportamiento en comunidad para protegerse de los depredadores y ayudarse mutuamente a encontrar comida.
Cuando la bandada se despierta, todavía en la penumbra del amanecer, empieza el primer vuelo en busca del desayuno. Recorren juntos algunos kilómetros, con los ojos alerta y los picos afinados. El que detecta un peligro emite un sonido de alerta. El que encuentra comida canturrea que es hora de darse un festín. El menú incluye una amplia variedad de insectos, como Escarabajos y Moscas. Las Hormigas y las Termitas son las favoritas de los Trepatroncos. Durante horas, siguen una rutina que es en parte sinfonía y en parte coreografía.
Esta danza solo se interrumpe en los momentos más calurosos del día, cuando el sol penetra intensamente en la Selva y el calor se hace insoportable. Entonces todos buscan refugio en las zonas más bajas de la vegetación. Se acomodan en las ramas y reposan en los canales naturales, silenciados por el sonido de las corrientes de agua. Es como si toda la Selva descansara junta, suspendida hasta que baje el sol. Al final del día, vuelven a la acción, guiándose unos a otros con una sinfonía multimelódica de cantos en busca de comida fresca.
Ha sido así desde siempre, allí y en muchas otras regiones de la Amazonia. Los Trepatroncos y sus compañeros comparten la sabiduría milenaria de una existencia en armonía con su territorio y sus compañeros. Sin embargo, hace al menos cuatro décadas que comparten algo más. Sus cuerpos están encogiendo, cambiando, presionados por el clima mutante que consigue penetrar incluso en las zonas de la Selva menos tocadas por los no Indígenas.
Es lo que explica el biólogo checo Vitek Jirinec, investigador del Proyecto Dinámica Biológica de los Fragmentos Forestales, con sede en el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia, en Manaos. Desde hace más de 40 años, la iniciativa hace un seguimiento a decenas de especies de aves en la misma zona de 43 kilómetros de Selva conservada, en el interior de la Amazonia. El proyecto, que comenzó en 1979 con la participación del célebre ambientalista Thomas Lovejoy, muestra el impacto del cambio climático en el cuerpo y la vida de estos animales, que indica un futuro poco optimista para los pequeños voladores.
Cada día, la Selva es más calurosa, más árida. Y los vuelos, más desafiantes. En la región donde se recogen los datos, desde 1966 la temperatura ha aumentado al menos 1 grado centígrado durante la estación lluviosa y hasta 1,65 grados centígrados durante la estación seca. En cuanto a la lluvia, ha aumentado un 13% durante la estación de las crecidas y disminuido un 15% durante la estación seca.

Para los Trepatroncos pico de cuña, este calentamiento ha representado, de 1980 a 2019, una reducción de peso de 0,38 gramos de media y un aumento de 1,45 milímetros en el tamaño de las alas. «Es como si pudiéramos medir el calentamiento global en el cuerpo de un pajarillo. La diferencia puede parecer pequeña, pero estas aves son organismos perfectamente ajustados a su entorno, por lo que cambios tan rápidos y significativos suponen un riesgo para la especie», advierte el científico.
Allí, en ese manto verde, aves de bandadas mixtas viven la angustia de una existencia incierta, inmersas en un clima inestable. Temen el futuro. Un futuro que ya ha llegado para el pequeño Glypho, un Trepatroncos que vive en el centro de Manaos. Desde allí, donde la presión de los humanos no Indígenas sobre la selva todavía es mayor, este pequeño volador intenta cantar a sus lejanos compañeros sobre el silencio que impone la soledad de un mundo cada vez más caluroso.
Él está solo
Cada mañana de estudio en la parte de Selva que rodea el campus de la Universidad Federal de Amazonas, el ornitólogo Stefano Avilla frunce el ceño con preocupación. La ausencia de la abundante melodía que encuentra cuando viaja al interior de la Amazonia lo angustia. Destaca la presencia del dramático futuro que el Trepatroncos lleva tiempo intentando denunciar con su canto solitario. «Las bandadas mixtas aquí ya no existen. El canto del Glypho es uno de los pocos que oímos. Y con el tiempo también se hace cada vez más difícil oírle. A veces no lo oímos durante todo el día, no lo captamos», dice.
Glypho es el apodo cariñoso que el ornitólogo le ha dado al Trepatroncos pico de cuña, un diminutivo de su nombre científico, Glyphorynchus spirurus. El investigador lleva años estudiando esta pequeña ave, que mide unos 15 centímetros y cabe en la palma de la mano. «Estos animales no son muy coloridos ni vistosos, pero ellos y sus compañeros de bandada son los verdaderos pájaros de la Amazonia», afirma.
Stefano realiza un seguimiento de la especie dentro del proyecto Biodiversidad en las Ciudades, en la vegetación que rodea el campus de la universidad, en el centro de Manaos, una zona que ya está sometida a una presión mucho más intensa y directa por parte de lo que llamamos «civilización». Rodeado de edificios, avenidas y construcciones, se considera una de las mayores áreas de selva urbana del mundo.
Con una superficie de unas 700 hectáreas, también se utiliza para evaluar el impacto de las actividades humanas en la Naturaleza de la Amazonia. «Es como si aquí pudiéramos ver lo que ocurrirá en el resto de la Selva si no cesan la deforestación y la presión del calentamiento y la urbanización», explica.

En este lugar, el Glypho ha aprendido a vivir con la ventaja y la desdicha de ser un superviviente. Especie capaz de resistir en entornos más desafiantes, ha visto como, generación tras generación, sus compañeros de bandada sucumbían a las presiones externas. El calor excesivo, las perturbaciones en la vegetación autóctona y el ruido de la ciudad han eliminado la posibilidad de vida de sus compañeros y lo han dejado solo para despertar, volar, comer y protegerse. Hoy, ya no es el Batará cinéreo el que lo avisa de un nuevo día. Hoy, el Glypho se despierta en un silencio asfixiante.
En un estudio publicado en la revista Oecologia en 2021, Stefano mostró los cambios en el tamaño corporal y el comportamiento de esta pequeña ave del sotobosque en la selva urbana. «La evaluación que hacemos de los Trepatroncos que están en la región de la universidad muestra que son aún más pequeños que los que se encuentran en las regiones más lejanas de la Amazonia, y no sabemos adónde los llevará esto. Sus poblaciones también parecen estar disminuyendo, como ocurrió con sus compañeros de bandada, que acabaron desapareciendo de aquí. Sigue siendo un desafío comprender si estas poblaciones serán viables a largo plazo», explica Stefano mientras termina de fijar la última estaca en la red de niebla. Esta herramienta, utilizada para capturar aves y murciélagos en estudios científicos, está formada por hilos muy largos, finos y prácticamente invisibles que están sujetos a estacas de pocos metros de altura. Se utiliza para atrapar aves del sotobosque, las que vuelan bajo. Y para monitorearlas y liberarlas sin hacerles daño.
Stefano, doctorando en la Universidad Federal de Amazonas, conoce bien los hábitos y costumbres del Glypho y por eso deja todo el material preparado antes del amanecer. Pero al amanecer de ese día, tal como había previsto el investigador, ningún ejemplar de la especie quedó atrapado en la red. Ninguna melodía flotó en el aire. Mientras Stefano observaba el paisaje a su alrededor con oídos atentos, era como si la Selva hubiera enmudecido y se resignara con el monótono chirrido de los insectos, que denunciaba una ausencia tan tangible como el calor que se intensificaba.
La ciencia ha intentado traducir en datos la angustia de estos animales. En uno de los estudios más importantes del Proyecto Dinámica Biológica de Fragmentos Forestales, publicado en 2021 en la revista científica Science Advances, el biólogo checo Vitek Jirinec y sus colegas analizaron el mayor conjunto de datos hasta la fecha sobre las aves de la Amazonia, que representan 77 especies no migratorias, desde 1979 hasta 2019.
Los investigadores analizaron 40 años de información sobre la masa corporal de casi 15.000 aves y la longitud de las alas de más de 11.000, todas ellas capturadas y liberadas en una región situada a unos 70 kilómetros al norte de Manaos. El estudio mostró que, durante este período, la estructura corporal de todas las especies se alteró: el peso se redujo entre un 5,4% y un 10,5% y, en muchos casos, las alas se alargaron entre un 6,3% y un 12,2%.
La principal hipótesis de los investigadores es que estos cambios corporales son una respuesta a los desafíos silenciosos a los que se enfrentan estos animales en un entorno cada vez más caluroso e inestable. Deben ser más ligeros para almacenar menos calor y poder regular mejor la temperatura corporal. A la vez, unas alas más largas en un cuerpo más ligero les permiten volar distancias más grandes gastando menos energía, lo que resulta ventajoso en un lugar donde la abundancia de alimentos ya no es segura.
«La estación seca es muy estresante para las aves», comenta Jirinec. En el estudio, los investigadores observaron que la masa de las aves disminuía más el año o los dos años posteriores a períodos especialmente calurosos y secos, lo que va en consonancia con la idea de que las aves se hacen más pequeñas para hacer frente al estrés causado por el calor.

Los biólogos llevan mucho tiempo relacionando el tamaño corporal de las aves y otros animales con la temperatura del entorno en el que viven. En climas cálidos es más ventajoso ser pequeño porque le permite al animal deshacerse más rápidamente del calor corporal y evitar el sobrecalentamiento. En climas más fríos, merece la pena ser grande para poder almacenar más energía y mantener el calor. Por eso, en estas regiones viven las aves más grandes. «La adaptación genética tarda probablemente siglos en producirse y consigue seguir el ritmo de cambios climáticos más suaves.
Pero hoy en día los cambios en el medio ambiente se están produciendo a una velocidad mucho más rápida que las variaciones históricas no generadas por los humanos, y las probabilidades de que las aves puedan seguir el ritmo de este proceso son mucho menores. La adaptación es un juego arriesgado que exige tiempo. Un tiempo que estos animales no tienen. Incluso con los cambios corporales observados, vemos que varias especies se vuelven cada vez más raras, algunas están en vías de extinción», dice el ornitólogo Mario Cohn-Haft, curador de la colección de aves del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia y una de las principales referencias para las aves de la Amazonia central.
De hecho, hay varios estudios que muestran una reducción de las poblaciones de varias especies de aves y otres más-que-humanes debido al cambio climático. En uno de los más recientes, publicado en junio de 2024 en la revista Global Ecology and Conservation, los investigadores hicieron un seguimiento de la densidad de diversas especies de aves en dos regiones prácticamente intactas de la Amazonia ecuatoriana durante 22 años y observaron un descenso significativo en casi todas.
«Es probable que las consecuencias de la pérdida de aproximadamente el 50% de la población sean sustanciales y puedan provocar la extinción local de especies raras, la alteración de las interacciones entre especies y de la organización social, así como una disminución de la función ecológica y de la integridad biótica de estos ecosistemas de selva tropical», dice el artículo.
Las melodías de la urgencia
Los cambios morfológicos y de comportamiento como consecuencia del calentamiento global no son exclusivos de las aves amazónicas. Se están produciendo en diversas regiones del planeta, en las especies más variadas y de las formas más diferentes y preocupantes. En un estudio publicado en abril de 2024 en la revista científica Proceedings of the Royal Society B, la investigadora Eleanor Hay y sus colegas de la Universidad Monash de Melbourne, Australia, observaron que los cambios en el tamaño corporal de 163 especies de aves de la costa australiana, derivados del calentamiento global y la fragmentación de sus hábitats, están repercutiendo en la principal herramienta de comunicación de estos animales: el canto. La frecuencia de las vocalizaciones de estas aves es cada vez más aguda, lo que altera los «repertorios» sonoros de los bosques que han guiado sus rutinas durante siglos.
Otro grupo de investigadores, el que dirige el holandés Jan A. van Gils, lleva años observando al Correlimos gordo, un ave migratoria de pico fino y patas verdosas, y ha descubierto que la aceleración del deshielo en el Ártico, donde estos animales ponen sus huevos, está alterando su ciclo reproductivo, lo que se traduce en polluelos más pequeños y menos preparados para la migración.
Al reducirse el tamaño de su cuerpo, las aves no solo pierden la resistencia que necesitan para hacer viajes largos, sino que también tienen dificultades para encontrar comida en los trópicos. Publicado en la revista Science en 2016, su estudio fue uno de los primeros en demostrar que la reducción del tamaño corporal debida al cambio climático puede disminuir directamente las probabilidades de supervivencia de una especie.
Hay decenas de otros estudios realizados con peces, insectos, venados, roedores y otros más-que-humanes que muestran patrones similares de cambios corporales significativos y disminución de poblaciones en cortos períodos de tiempo debido a la presión del aumento de la temperatura global. En octubre de 2024, un extenso informe de la organización no gubernamental WWF denunció lo que denominó un «descenso catastrófico» del 73% en el tamaño medio de las poblaciones de vida salvaje en solo 50 años.
Son anfibios que corren mayor riesgo de morir deshidratados, roedores que sucumben al calor excesivo y a la dificultad de encontrar comida, crías que nacen frágiles y con menos posibilidades de sobrevivir. Y también están los que consiguen mantenerse con vida, como los Trepatroncos pico de cuña, pero necesitan reaprender cada día cómo superar los desafíos de un mundo más cálido.

Un canto de resistencia
Tras horas de espera paciente, cuando el sol empezaba a bajar, Stefano Avilla oyó por fin el sonido que relajó las arrugas de su frente: un canto breve y tembloroso, procedente de algún lugar lejano de la Selva Amazónica de Manaos. Era el Glypho, con su inconfundible y estridente canturreo. Por un momento, aquel pedacito de Selva pareció despertar, respondiendo a la llamada del pajarillo que insiste en habitar un territorio cada vez más hostil. El ornitólogo no llegó a encontrar el ave. El sonido de su presencia pronto se disipó, engullido por el ruido de la avenida, que, aunque distante, invade la vegetación.
Cada vez que presta sus melodías a la Selva, el Glypho resiste. Y, al resistir, se suma a los que, ante el colapso, no representan un signo de victoria, sino de adaptación forzada. Es una adaptación incierta, costosa, que deja marcas profundas en sus cuerpos. Cada canto es, a la vez, un acto de supervivencia y un grito de socorro, que señala que la Selva no quiere sucumbir. Sin embargo, la ciencia demuestra que esta sinfonía pierde potencia con cada fracción de grado que se calienta el planeta. Muestra que, en un futuro próximo, la Selva puede despertar muda.

Más-que-humanes es un proyecto fruto de la asociación entre SUMAÚMA y el proyecto Derechos Más que Humanos (MOTH), una iniciativa de la Clínica de Defensa de los Derechos de la Tierra de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York.
Concepción y edición: Talita Bedinelli Revisión científica: Stefano Spiteri Avilla (biólogo, magíster en ecología por el Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia y doctorando en el programa de posgrado en Zoología de la Universidad Federal de Amazonas) y Cintia Cornelius (profesora del departamento de biología de la Universidad Federal de Amazonas y coordinadora del proyecto Biodiversidad en las Ciudades, financiado por la Fundación de Ayuda a la Investigación del Estado de Amazonas) Edición de fotografía: Lela Beltrão Verificación: Plínio Lopes Revisión ortográfica (portugués): Valquiria Della Pozza Traducción al español: Meritxell Almarza Traducción al inglés: Diane Whitty Montaje de la página y acabado: Natália Chagas Coordinación del flujo editorial: Viviane Zandonadi Coordinación del proyecto Más-que-humanes: Talita Bedinelli (SUMAÚMA) y Carlos Andrés Baquero-Díaz (Universidad de Nueva York) Dirección del proyecto: Eliane Brum (SUMAÚMA) y César Rodríguez-Garavito (Universidad de Nueva York)