Historias de mujeres que combaten las amenazas contra el océano en Ecuador

Historias de mujeres que combaten las amenazas contra el océano en Ecuador
Patricia Castillo-Briceño estudia la acidificación del océano.

Por Isabel Alarcón

Desde el trabajo con comunidades, la ciencia y el activismo, mujeres luchan contra las actividades que amenazan el océano en Ecuador. Ya sea recogiendo botellas de plástico de las playas, estudiando la química del agua o protegiendo a los tiburones, cada una aporta para evitar que los ecosistemas marinos se destruyan.

Fanny, Patricia y Cristina se enfocan en las tres principales problemáticas relacionadas al mar: contaminación, cambio climático y pesca. En el Día Mundial de los Océanos, que se conmemora este 8 de junio del 2022 y tiene como lema ‘Revitalización: Acción Colectiva por el Océano’, sus historias inspiran a otras en su campo a sumarse a la lucha.

Todo esto en un contexto en el que las mujeres son parte de los grupos más vulnerables a los impactos del cambio climático en estos ecosistemas y en el que su participación en actividades marítimas es menor al 2% a escala global. 

Fanny Flores ‘rescata’ botellas en la playa

“En la playa, en las casas y en los pueblos hay un montón de botellas plásticas. Saquen de todos los lugares todo lo que tengan”, fue la frase con la Fanny Piedad Flores recuerda que empezó su lucha contra la contaminación en las playas. En 1990 se mudó desde su natal Portoviejo hasta la comunidad de Las Tunas, en Manabí. Allí se estableció a sus 20 años motivada por ser parte de un proyecto ecológico de la zona. 

Fanny caminaba todos los días por la playa, que se extiende a lo largo de siete kilómetros, desde Puerto Rico hasta Ayampe. En lugar de ser una distracción, su rutina se convirtió en una preocupación. Esta zona estaba repleta de basura plástica: no podía dar más de dos pasos sin agacharse a recoger las botellas que, sin su acción, terminarían en el mar

En una de estas caminatas llegó la idea que modificaría el paisaje y la dinámica de Las Tunas. Reunió USD 20 y compartió sus intenciones con Marciana Holguín, que se sumó a la iniciativa. Ambas llenaron la zona con carteles para anunciar que, con ese dinero, comprarían botellas plásticas a los comuneros. 

“Traían el plástico en triciclos y bicicletas. Algunos niños arrastraban las botellas y los mayorcitos también las traían porque, además de ayudar a limpiar, les comprábamos a un centavo por unidad”, recuerda. 

El proyecto ‘Niños del mar’

Poco a poco lograron que las empresas compraran el material plástico a la comuna. La idea no era quedarse solo en esta acción. Por eso, crearon un centro de acopio y fundaron el proyecto ‘Niños del mar’ para promover la educación ambiental. Los más pequeños del hogar junto con sus padres ahora participan de mingas y fomentan el cuidado de las playas. Esto ha permitido recolectar más de cinco millones de botellas plásticas desde 2012. 

Además, se creó el grupo Mujeres por la Conservación. Sus integrantes reutilizan las etiquetas, tapas y lonas para fabricar billeteras, bolsos y bisutería. Los productos se venden en la tienda de Fanny y son una fuente de ingreso sobre todo para las de la tercera edad.  

Con estas iniciativas se inició una cultura de protección del océano y de la playa de Las Tunas a la que se sumaron la Fundación Jocotoco y la comuna. “Hubo un cambio abismal. Ahora es muy limpio y, cuando hay basura, es porque el mar trae un poco de sus islas de plástico”, dice. 

A escala mundial se conoce que cada año ingresan hasta 13 millones de toneladas de plástico al mar. Ecuador no escapa de esta realidad. En la campaña del 2020 de limpieza de playas del Ministerio del Ambiente Agua y Transición Ecológica se recolectaron 26 979kg en 289km. En las islas Galápagos, anualmente se recogen entre 12 y 24 toneladas de basura en limpiezas costeras.

Para Fanny, lo más importante es fomentar la cultura del “rechazo” al uso de estos materiales. Para aportar, está construyendo una escuela de educación ambiental en Las Tunas y espera que estas iniciativas se repliquen en otras zonas. 

Patricia Castillo-Briceño estudia la acidificación del océano

Patricia Castillo-Briceño se enfoca en uno de los efectos menos abordados localmente, pero más directos del cambio climático. La acidificación oceánica se han convertido en su principal campo de estudio. 

Su interés por el ambiente marino surgió en su niñez cuando se mudó desde Quito a Manta por el trabajo de su madre. “Ese fue el primer contacto con el océano de una forma no solo de visita, sino de sentirlo como un ecosistema parte de mi vida diaria”, cuenta. Esto la motivó a estudiar Biología Marina y a tener prácticas en sitios como Bahía de Caráquez y Galápagos

Después de estas investigaciones se empezó a vincular con el trabajo de laboratorio. “Más que querer encontrar cuestiones de acidificación, ellas me encontraron a mí”, dice. Durante su doctorado, en la Universidad de Murcia, y su posdoctorado, en el Instituto de Biología del Desarrollo en Marsella, los análisis moleculares le acercaron a la temática. 

Este campo estaba en auge en Francia y España, pero al leer sobre la situación en Ecuador se dio cuenta de que era un tema poco conocido. Al revisar la información vio que el país se encuentra en una zona vulnerable a este fenómeno. Con esta perspectiva regresó a Ecuador para analizar cómo esta condición del cambio climático estaría afectando la fisiología de especies nativas. 

La influencia de corrientes marinas

Patricia define a la acidificación oceánica como la alteración en la química del agua de mar que ocurre directamente por la interacción con el exceso de CO2 que se emite a la atmósfera, asociado al consumo de combustibles fósiles. Ecuador está en una de las zonas donde hay mayor reducción de Ph debido a que es donde se cruzan las corrientes marinas y de aire del norte y del sur. 

Cuando las masas de aire se mueven, grandes cantidades de CO2 terminan en las zonas ecuatoriales. Además, en cierta época del año llegan las corrientes marinas con niveles bajos de Ph en el agua. Si las condiciones se mantuvieran por un tiempo prolongado, podrían afectar a las especies. 

Los experimentos de Patricia también muestran que recursos importantes para la población, como el camarón, sentirían los impactos de la acidificación. A eso se suma que no hay suficientes datos de monitoreo de la parte oceanográfica. No hay un mapeo del país con las zonas más afectadas y las que podrían servir de respaldo. 

Durante los últimos ocho años, esta investigadora y docente de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí se ha dedicado a potenciar estos temas con los especialistas en temas marinos y sectores productivos. Ahora es Codirectora del Grupo de Investigación Bioma Ecuatorial y Acidificación Oceánica. Además, su conocimiento en la temática la llevó a ser parte del último reporte sobre el estado mundial de los océanos. 

Patricia actualmente es la representante para América Latina y el Caribe para la Organización para las Mujeres en Ciencia para el Mundo en Desarrollo (OWSD). Desde allí busca impulsar la ciencia producida en la región en otras partes del planeta y fortalecer las redes de trabajo entre  investigadoras.  

Cristina Cely busca formas de salvar a los tiburones 

La primera vez que Cristina Cely sintió que debía defender a un animal fue a sus seis años cuando vio a una tortuga gigante en manos de unos pescadores.  Cuando se acercó a preguntarles qué harían con el animal, la respuesta fue “sopa”. Al ver su llanto, estos le propusieron que, si lograba levantar a la tortuga y cargarla al mar, podría llevársela. 

Cristina Cely es veterinaria y ha dedicado su vida a proteger a los tiburones

Cristina trató varias veces, pero no pudo mover ni su aleta. Después de algunos intentos sus papás se la llevaron y no logró salvar al animal. 38 años después esa imagen sigue en su cabeza y es lo que la motivó en 2010 a unirse al equipo de Sea Shepherd para salvar a las ballenas de la Antártida, los delfines en Japón o la vaquita marina en México.  

Después de trabajar en estas campañas alrededor del mundo, Cristina regresó a su hogar al ver lo que estaba ocurriendo con los tiburones. Mientras navegaba un día por Internet, se encontró con videos subidos por turistas sobre los desembarques de cientos de especímenes en los puertos ecuatorianos. 

Esta veterinaria y activista decidió visitar uno de estos sitios para constatar que era real. Se encontró con un escenario peor del que había visto en los videos. Los cuerpos de tiburones de todos los tamaños y especies estaban amontonados en una zona, mientras sus aletas en otra.  En ese momento decidió enfocar todos sus esfuerzos en estos animales. 

El impacto de la pesca incidental

En Ecuador la pesca dirigida de tiburones está prohibida. Sin embargo, se permite la captura incidental de estos animales, con algunas excepciones. Desde 2007, que fue cuando se autorizó esta práctica, no se ha determinado qué porcentaje es considerado como pesca incidental

Esto la coloca como parte de la pesca no reglamentada que, junto a la ilegal y no declarada, es una de las mayores amenazas en el mundo para la salud de los océanos. Cely fue una de las proponentes para la moratoria temporal a la exportación de tiburones capturados incidentalmente. Después de varias discusiones, el Pleno de la Asamblea no aprobó la propuesta. 

“No entendemos cómo alrededor de una actividad incidental se ha generado ya un comercio”, dice Cely. Cada año se calcula que alrededor de 280 000 tiburones son pescados de esta forma en el país. Por otro lado, se calcula que las poblaciones de algunas especies de tiburón en el mundo han disminuido en un 90% debido a la sobrepesca

Para Cely, lo que ocurrió en septiembre de 2021 en el Pleno de la Asamblea no fue una derrota. Por el contrario, sirvió para visibilizar esta problemática y lograr que las personas hablaran del tema en sus casas.

La activista motiva a todos a unirse al cuidado de los tiburones a través de actividades como consumir productos locales, exigir la trazabilidad del producto y siempre informarse sobre el origen y la especie que está en el plato de comida.