Un tubérculo andino inspiró el emprendimiento de las mujeres Calerita Santa Rosa
Por Cristina Márquez
La mashwa es un tubérculo andino dulce, amarillo, de forma cónica, que hace unos cinco años estuvo cerca de desaparecer porque ya nadie quería sembrarlo. Las mujeres de la comunidad indígena Calerita Santa Rosa, ubicada en las faldas del Chimborazo, en la parroquia San Juan, trabajan para recuperarlo, cuidar del medioambiente y generar ingresos para sus hogares.
Los agricultores del pequeño poblado, donde viven unas 130 familias, cuentan que ese producto había perdido valor. Dicen que en el mercado nadie lo quería, preferían dejar los quintales abandonados en las esquinas para no tener que transportarlo de regreso a las comunidades.
Calerita Santa Rosa, además, se estaba quedando vacía. Un deslizamiento ocurrido en el 2006 acabó con los medios de vida de las familias, se perdieron cultivos, especies menores, viviendas y dos personas fallecieron. “Fue una desgracia para la comunidad. Todos empezaron a migrar a las ciudades, especialmente los más jóvenes“, recuerda María Cutiupala.
Un grupo de mujeres decidió organizarse para levantar nuevamente a su comunidad y luchar contra la tristeza. Ocho adultos mayores fallecieron unos meses después del desastre y los comuneros creen que se debió a la soledad y a la melancolía.
El emprendimiento reactivó la siembra de mashwa en San Juan
La organización, que inicialmente contó con 18 socias, buscaba alternativas para emprender un proyecto. Ellas querían iniciar un negocio que tuviera la identidad de la etnia Puruhá, fue así como surgió la idea de trabajar con la mashwa.
Las mujeres también notaron que en su sector había producción lechera, así que acudieron al Gobierno Provincial de Chimborazo para pedir capacitación y asesoría técnica para iniciar su fábrica de yogur. Ellas participaron en cursos y recibieron la donación de los primeros equipos para su producción, una olla pasteurizadora, una cocina industrial y otros materiales, en el 2016.
Formular la ‘receta perfecta’ fue un desafío que les tomó cerca de un año. Las socias hicieron testeos en universidades y ferias hasta que, al fin en el 2017, lograron equilibrar el sabor dulce de la mashwa con la acidez del yogur.
“Fue muy difícil al principio. La gente no nos compraba, pensaban que no iba a tener un buen sabor. Buscamos estrategias, como ofrecer ‘probanitas’, y así empezamos a hacernos populares”, cuenta Cutiupala, quien es la presidenta de la organización.
Las mujeres iniciaron su negocio vendiendo solo 10 litros de yogur a la semana. Como insumo principal sólo requerían un poco más de medio quintal de mashwas al mes y la leche que las socias se turnaban para proveer.
Actualmente, producen 160 litros cada semana y debido a la alta demanda, la mashwa de la comunidad se volvió insuficiente, por lo que también les compran a los agricultores de las comunidades vecinas. Su producto se vende en tres ferias artesanales de Riobamba, en el comercial Camari de Quito y Riobamba, y en una feria de Guayaquil.
La mashwa atrae por sus propiedades curativas y su alto valor alimenticio
El producto de la Asociación de Mujeres Indígenas Mushuk Kawsay se comercializa con la marca Tandalla Warmi y está disponible en tres presentaciones: 220ml, medio litro y un litro. Sus principales clientes son personas que viven un estilo de vida saludable y que buscan consumir súper alimentos en su dieta diaria.
La mashwa fue reconocida como patrimonio alimentario de la región andina debido a su historia ancestral que data de la época precolombina y a su contenido de proteínas, carbohidratos, almidón, aminoácidos, vitaminas c, b, d, fibra, calcio, fósforo y hierro.
El tubérculo, además, es reconocido por sus propiedades anticancerígenas y como un potente desinflamatorio que actúa especialmente en la próstata.
La nutricionista Elena Orozco piensa que el alto contenido nutricional de la mashwa lo vuelve un alimento ideal para combatir la desnutrición crónica que afecta a uno de cada dos niños de Chimborazo. “La falta de proteína y hierro en la dieta de los niños es una de las causas de la anemia y el bajo peso. La mashwa es una excelente alternativa para compensar en algo el poco consumo de proteínas animales“, dice.
El cultivo del tubérculo prospera entre los 3 100 y 4 500 metros de altura sobre el nivel del mar, en climas fríos. Requiere de pocos cuidados y en las comunidades de San Juan, se cultiva de forma orgánica. Puede pasar por meses bajo tierra para luego ser cosechado y expuesto al sol, ese proceso hace que la mashwa se vuelva dulce.
Mushuk Kawsay, un referente de la economía circular en Chimborazo
El modelo de economía circular que aplican las mujeres de Mushuk Kawsay se considera un referente en la Sierra Centro. Su proyecto fue respaldado por organizaciones entre ellas el PNUD de las Naciones Unidas y la organización no gubernamental Maquita, debido a que es un producto con identidad cultural que ha mejorado las condiciones de vida de las 34 familias que actualmente son parte del proyecto.
La organización retribuye a sus socias a través de la compra a un precio justo de la leche y la mashwa. Parte de los réditos económicos que obtienen por el yogur se reinvierten en la empresa y otra parte se distribuye a las socias. Ellas viven en los páramos de San Juan, contribuyen al sustento de sus familias y al mismo tiempo cuidan del ambiente y los recursos hídricos.
Carla Arguello, académica de la Escuela Superior Politécnica de Chimborazo, explica que en este modelo económico prima la sostenibilidad, el apoyo mutuo, la asociatividad, pero sobre todo las buenas prácticas ambientales como el reciclaje.
“El impulso que han tomado los proyectos agroecológicos como el de la marca Tandalla Warmi es esperanzador. En Chimborazo hay comunidades que están aplicando la economía circular sin siquiera saber que lo están haciendo, la solidaridad, las buenas prácticas ambientales son parte de la cultura“, afirma la catedrática.