Johanna Suárez educa desde los ojos del alma
Por Cristina Márquez
Johanna Suárez se formó como terapista física pero cuando tuvo que suplir a una maestra de la Unidad Educativa Especializada Luis Benavides, en Riobamba, descubrió su pasión por la enseñanza a personas con discapacidad.
A sus 31 años ella ya es la directora de la Unidad Educativa a la que ingresó como terapista en el 2014. También es la creadora del proyecto Educando desde los Ojos del Alma, con el que logró transformar la enseñanza para personas con discapacidad visual.
Con ese proyecto, además, consiguió que su unidad educativa ofrezca un bachillerato técnico en comercialización y ventas. Los estudiantes, quienes tienen discapacidad visual, auditiva o intelectual, ahora tienen mejores oportunidades laborales con su título técnico o están listos para emprender su negocio propio.
En septiembre pasado, Johanna fue condecorada como ‘la mejor maestra del país’, por la Fundación Fidal. Ella ganó el premio a la excelencia educativa en el cual participaron 105 proyectos de varias provincias del país y 47 de otros países de Iberoamérica.
Las expectativas de su proyecto ahora son más grandes. Johanna espera lograr que más personas con discapacidad se conviertan en emprendedores o logren una inserción laboral exitosa.
Educando desde los ojos del alma surgió de la investigación
Johanna dice que cuando ingresó a la Unidad Educativa supo que ese sería su hogar. En solo un mes de trabajo se enamoró del corazón puro de los niños e identificó falencias en el sistema educativo para niños con discapacidades.
“Un día decidí que iba a investigar qué pasaba con ellos al terminar su educación aquí. Quería saber si accedían a la universidad, si trabajaban o qué hacían”, recuerda.
Ella descubrió que solo un 10% de los estudiantes graduados como bachilleres continuaban con sus estudios superiores. Muy pocos lograban la inclusión laboral y el resto se quedaba en sus casas.
La joven empezó a capacitarse en la docencia especializada. Ella cursó una maestría en Gerencia Educativa, una maestría en Educación Especial, un diplomado en discapacidades y otros estudios relacionados.
Con sus nuevos conocimientos desarrolló estrategias para transformar la educación de sus estudiantes. En un inicio la dirección de la escuela no le permitió hacer los cambios que proponía.
“Todos los días le insistí al director de la ‘escuelita’ que me permita hacer algunas modificaciones, pero él desconfiaba de los cambios. Me decía que no, que será un esfuerzo en vano. Insistí hasta que un día me dijo que sí, que podíamos hacer la prueba en un aula”, señala.
Los cambios que transformaron a la Unidad Educativa Luis Benavides
Las clases de braile y ábaco se convirtieron en asignaturas independientes que se enseñan a los estudiantes desde el primer año de educación básica. Estas dos herramientas son fundamentales para la comunicación y el desenvolvimiento de las personas con discapacidad.
Además, pese a que no es una materia regular en el pensum, los estudiantes también reciben clases de tecnologías de la información y computación, debido a que muchos de ellos nunca tuvieron acceso a una computadora.
Los 16 estudiantes de la Unidad Educativa cuentan, incluso, con dispositivos como el braile Smart, que les permite escuchar las palabras mientras las van escribiendo. Esto mejora la comprensión de la verbalización de la escritura.
Entre las adaptaciones curriculares también se crearon tres talleres para mejorar las capacidades de los estudiantes y darles así más oportunidades para la inclusión. Además de dominar los sistemas informáticos y aplicaciones especiales para no videntes, los estudiantes también aprenden a elaborar productos de aseo y a elaborar manualidades que se comercializan en las ferias de artesanías de Chimborazo.
La maestra de corazón noble
Los estudiantes de Johanna la describen como un ser noble. El primer día que trabajó como maestra suplente los niños no videntes le pidieron tocar su rostro para saber cómo era.
“Ese día me dijeron que yo me iba a quedar como su maestra siempre; que todas las maestras se iban después de unos meses, pero que yo me iba a quedar porque tenía el corazón noble”, recuerda.
Varias generaciones de alumnos después, los niños dicen que no pueden verla físicamente pero que ven su alma. “Ella es buena, además es bonita. Lo sé por su voz, por cómo nos trata y todo lo que nos dice para animarnos”, sostiene Juan Pablo, uno de sus alumnos.
Los padres de familia cuentan que cuando ella llegó empoderó a toda la comunidad educativa. “Antes ni nosotros mismos pensábamos que nuestros hijos podrían llegar a tener éxito por tener una discapacidad. Pero en la Unidad Educativa aprendieron bien, tienen sueños, tienen aspiraciones, ahora quieren ser emprendedores. Eso me llenó el corazón de alegría”, asegura Ana García, una madre de familia.