Los corredores de conectividad pueden mejorar la calidad de vida
Dos ejemplos de cómo el Corredor Palora-Pastaza incide en la vida cotidiana de las comunidades Shuar de Chiwias y Kichwa de Copataza.

Lily es una indígena shuar de la comunidad de Chiwias y está impulsando un emprendimiento de naturaleza: Cuevas de Yajasma Umtai.
En su propiedad hay un extenso circuito de cavernas. Recorrerlas puede tomar alrededor de cuatro horas. Lily está consciente que lo que hace es una actividad económica sostenible.
Las cuevas están en el territorio que ahora forma parte del Corredor de Conectividad Palora-Pastaza (CCPP), el segundo más grande -con alrededor de 316.000 hectáreas- de los cuatro que hay en Ecuador.
“Los corredores se suman a la conservación de las tradicionales áreas protegidas, de los parques nacionales, de los bosques protectores, y tienen como función conectar el Sistema Nacional de Áreas Protegidas”.
Lo dice el experto Rafael Antelo, del proyecto Wild Life Connect, que impulsa WWF. Si bien no hay una legislación específica, desde 2020 un Acuerdo Ministerial determinó los lineamientos y criterios técnicos generales de estos corredores.
Esta alternativa ecológica toma fuerza en Ecuador. El CCPP se une al BIAN (Biocorredor Andes Norte), al CELS (Corredor Ecológico Llanganatis Sangay) y al CCSP (Corredor de Conectividad Sangay Podocarpus). Hay uno más en camino.

Si bien cada vez es mayor el porcentaje de territorio nacional que tiene algún nivel de protección, se ha considerado imprescindible crear estas bisagras que articulen áreas que deben tener un tratamiento especial.
La alternativa fortalece las actividades enfocadas en la protección y regeneración de importantes zonas de bosque, pero considera que la mejora de los sistemas naturales debe estar acompañada de un mayor bienestar de quienes lo habitan.
“En este paisaje, que tiene diferentes usos, hay áreas pobladas que ya no tienen bosques, hay áreas que tienen bosques en transición y hay áreas con bosques bien conservados”, informa Carolina Rosero, directora de Conservación Internacional-Ecuador (CI-Ecuador).
Agrega que el trabajo de los gobiernos locales y de las nacionalidades -que son los dueños de estas tierras- es ver cómo en estas zonas degradadas se pueden implementar actividades que permitan la restauración de las áreas.
“El corredor es una herramienta muy útil para poner a la gente a trabajar junta en pos de un objetivo común y conservar sitios que son claves para la conservación de las especies”: Rafael Antelo
Gobernanza y diversidad
Esta iniciativa fue empujada por dos GAD provinciales (Pastaza y Zamora Chinchipe), seis GAD cantonales (Pastaza, Palora, Pablo Sexto, Huamboya, Morona y Taisha), tres nacionalidades (shuar, achuar y kichwa), seis organizaciones ancestrales (Fenash-P, NAE, Nashe, Shiwiar, Uyuimi y Copataza) y cuatro ONG (Cooperación internacional, CI-Ecuador, WWF, EcoCiencia y Kolibria).
Un gran salón recibió en asamblea a la Asociación Shuar de Chiwias, para conocer los avances de la renovación del Plan de Vida, una prerrogativa que otorga la Constitución a las nacionalidades ancestrales.
Esta asociación agrupa a 32 comunidades, unas 3.600 personas, que ocupan un territorio de 46.000 hectáreas. La reunión, además, incorporó al análisis la reciente declaración de corredor de conectividad.
El Plan de Vida, esa especie de planificación estratégica comunitaria, es, para la comunidad Chiwias, entender los ciclos de la naturaleza y encontrar el camino para que la biodiversidad y la humanidad avancen beneficiándose mutuamente.
La clave siempre será defender el bosque. En su cotidianidad y en la práctica, es el lugar donde se consigue la comida, es la farmacia y hasta la iglesia: el gran proveedor.
Y, para Lily, es un alternativa que no piensa desaprovechar, porque puede fortalecer un emprendimiento de turismo de naturaleza que se ajusta a los objetivos del CCPP.
Se puede llegar en vehículo hasta su vivienda. Sus hermanas la apoyan para cocer un ayampaco de yuca, palmito silvestre y pollo. Y luego, para descender hasta una garganta. Los árboles, muy arriba, cubren el cielo.
Poco más allá, la cueva es una catedral de estalagmitas y estalactitas que se alarga y se alarga. Muchas veces han que pasar a la siguiente cámara reptando y siempre se encuentra una claraboya natural dispuesta a devolver al luz.
La cavernas tienen mucho insectos: araña cangrejo, escorpión látigo sin cola, saltamontes, mosquitos. Los guías dicen haber encontrado culebras y otros habitantes no descritos.
Al salir de ese paraje bien plantado en el vientre de la tierra vuelve el espectáculo de un cielo profundo y todos los tonos de verde posibles.
“Nuestra vida, nuestra salud, dependen de la naturaleza”, reitera Carolina Rosero, como antecedente para manifestar que “los bosques en la Amazonía son estas esponjas que absorben el carbono y permiten reducir las temperaturas a nivel global”.

Los cauces del agua que vuela
Y los bosques no son solo eso. Son también los creadores de los “ríos voladores”. “Los bosques de la Amazonía, a través de sus raíces, absorben el agua y a través de la evapotranspiración, a través del follaje, botan vapor al aire y se crean estas nubes que cargan agua hacia los Andes”, explica.
La provisión de agua de la Sierra depende, en gran parte, de que la Amazonía tenga bosques. Esa misma dependencia tienen los habitantes de las áreas del CCPP.
En esta realidad, los bosques dependen de la biodiversidad y viceversa, en un intercambio de beneficios que funcionan en cuanto la lógica de los bosques se mantenga.
En una asamblea de la comunidad de Copataza, Johnatan Airocuri, Kuraka de la Asociación Kichwa de la localidad, recuerda que “cuando tenía unos 13 ó 14 años tenía que caminar una media hora y ya teníamos la cacería”.
No deja ni un momento su bastón de mando. La comunidad está terminando los trámites para incluir 11.000 hectáreas de su territorio en el programa Socio Bosque.
Este programa tiene como objetivo la cobertura de bosques, páramos, vegetación nativa y sus valores ecológicos, económicos y culturales en 4’000.000 de ha., el 66% del territorio nacional.
Copataza tiene un territorio de 14.000 hectáreas. Las familias usan 3.000 para procurarse sus medios de vida, generalmente limitados al cultivo de yuca, plátano, algo de cacao y la tala de pocos árboles, cuando hay alguna emergencia familiar.
