El glaciar del volcán Carihuairazo será el próximo en desaparecer
Por Cristina Márquez
El paisaje blanco del Carihuairazo cambió. El hielo sólido que en 1956 cubría 0,33 kilómetros cuadrados de su superficie desapareció y hoy su tamaño es como el de una cancha de básquet (420 metros cuadrados). Las comunidades que viven en el área no saben por qué se pierde el hielo, pero temen que eso signifique que un día se quedarán sin abastecimiento de agua.
El volcán situado en el flanco noroccidental de la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo, será la primera elevación montañosa del país en perder completamente su cobertura glaciar. Los técnicos estiman que, al paso que va, el último trozo de hielo no durará más de cinco años.
Bolívar Cáceres, glaciólogo del Instituto Nacional de Hidrología y Meteorología (Inamhi), ha registrado el retroceso del glaciar desde hace más de tres décadas. Él explica que el fenómeno de derretimiento o fusión, es natural y que ocurre en todo el mundo.
“El calentamiento global ha acelerado el proceso de derretimiento, que es natural, en los últimos 20 años. No volveremos a ver los glaciares en esta época, tardan miles de años en formarse”, dice Cáceres. Él compara el congelamiento en los nevados a una cuenta bancaria de la que se extrae dinero sin hacer ningún depósito “En algún momento se acabará”, dice.
Según él, el Carihuairazo perderá sus glaciares debido a su altura de 5 060 metros sobre el nivel del mar. La elevación está casi en el límite de la línea de equilibrio, el punto que marca a qué altura se congelan los líquidos. En el Ecuador ese punto está a los 5 000 metros sobre el nivel del mar.
El agua que proviene de los deshielos del volcán abastece a unas 600 familias de Kunugyaku, Esperanza, Nueva Vida y Yatzaputzán, cuatro comunidades indígenas que viven en las faldas del volcán. Ellos organizaron tres juntas de agua y captan los deshielos en Pailacocha, Mulana y Mulagpamba.
Los deshielos del Carihuairazo también se traducen en vertientes que se captan para el regadío y el consumo humano en Mocha, un cantón de Tungurahua conocido por la fertilidad de sus terrenos.
Julio Pintag, el presidente de las Juntas, afirma que el caudal promedio en cada fuente de captación es de 55 litros por segundo. Él cuenta que sus padres y abuelos decían que antaño el hielo del Carihuairazo era tan extenso que las nevadas incluso llegaban a su casa, en Yatzaputzan y que muchas personas de la comunidad se dedicaban a cortar el hielo en bloques para venderlo en los mercados de Ambato.
“Aquí el agua nunca ha faltado. Nosotros cuidamos el páramo, ya no se hacen quemas de pajonales ni permitimos que nadie dañe la vegetación nativa, pero a pesar de eso, el hielo sigue desapareciendo”, dice Pintag.
El Ministerio del Agua, Ambiente y Transición Ecológica (MAATE) cuenta con cuatro proyectos de conservación ambiental para cuidar de esa zona protegida. El programa Socio Páramo, por ejemplo, resguarda 1352.2 hectáreas.
Según el experto ambiental Carlos Bonilla, la participación de la comunidad en el cuidado del ecosistema y las políticas públicas de conservación son prioritarias para contrarrestar los efectos del cambio climático. “El agua no desaparecerá con la extinción del glaciar, al menos no inmediatamente”, explica. Según él, los humedales actúan como una esponja que retiene el agua y la libera lentamente, mientras estos se preserven la dotación de agua está garantizada para las próximas décadas.
“La forma en la que las comunidades y los gobiernos reaccionen a los efectos del calentamiento global determinará el futuro de los poblados y ciudades que dependen de ese abastecimiento de agua”, afirma.
Los efectos del derretimiento del glaciar también tienen impacto en las actividades turísticas en los nevados. Marco Cruz, uno de los andinistas más experimentados de Chimborazo, ha sido testigo del retroceso de las “lenguas de hielo” en la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo. Él cuenta que hace unas tres décadas la nieve del Carihuairazo estaba casi al borde del camino de tercer orden por el que se asciende al nevado.
La gente podía pisar la nieve casi desde que se bajaba del vehículo. Se escuchaba el agua correr por debajo del hielo, describe Cruz.
Los deshielos también son evidentes en el Chimborazo, cuyas cumbres ahora se ven agrietadas y son más difíciles de alcanzar. En los espacios donde antes había valles glaciares hoy hay hundimientos que lucen como una batea donde se acumula el hielo suelto de las nevadas, por lo cual, hay avalanchas. En los últimos siete meses siete personas fallecieron al intentar coronar al coloso.
“El turismo nunca desaparecerá, pero el cambio nos obliga a ser más creativos y a reinventarnos. La Reserva tiene muchos sitios que visitar, es un ecosistema que debemos descubrir, amar y respetar”, dice Cruz.